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La última ciudad bohemia.
No, no es la novela de Vargas Llosa, esa es otra historia. Aquí, en Valparaíso, la ciudad y los perros son una simbiosis distinta. No hay militares ni adolescentes en crisis; en cambio, hay cerros, callejones y perros de todos los tamaños que transitan por la ciudad como si esta fuera suya. Tal vez lo sea. Valparaíso recuerda a Lavapiés, a El Raval: calles desordenadas, bohemia, y paredes abrigadas del viento con grafitis.
Los perros callejeros en Valparaíso se mueven con una libertad casi temeraria. Algunos tienen actitud de matones, como si hubieran pasado demasiadas noches bajo los neones de alguna taberna portuaria, viejos perros de mar. Hay turistas que temen -con alguna razón- a estas pandillas perrunas, dignas de una película de Scorsese.
Muchos perros y mucho arte, así se presenta Valparaíso a mis ojos. Así se abre la ciudad. Está el Cerro Alegre, donde los murales contrastan con el gris de los adoquines y el azul profundo del mar, al fondo. El mar, que testifica cada movimiento de esta ciudad ubicada sobre el borde de dos placas tectónicas (la de Nazca y la Sudamericana), en una franja conocida como el Cinturón de Fuego del Pacífico (una de las áreas sísmicas más activas del mundo). Quizá por esta intimidad con las catástrofes, Valparaíso desborda arte. Es un museo al aire libre. Cerca de allí, el Paseo 21 de Mayo, en el Cerro Playa Ancha, regala una vista panorámica del puerto y la ciudad y sus tejados desparejos y sus casas de colores.
Los perros también merodean en el Paseo Yugoslavo, donde se alza el Palacio Baburizza, ese relicario neoclásico que guarda el Museo de Bellas Artes de Valparaíso. Por sus pasillos se pasean fantasmas de otra época y muchas obras de arte. Y cuando llega el hambre, que siempre llega, no hay que ir lejos. El Mercado Puerto es un festín de mariscos frescos (el piure, los picorocos, la almeja, la macha, el choro, el loco, la ostra, el ostión, el erizo de mar, la jibia, la navajuela y no te los acabas) y de historias de marineros y olas indomables. Si buscas algo más tranquilo, el Café Vinilo en el Cerro Alegre tiene el tiempo detenido, y ofrece sabores tradicionales de Chile.
Con la guata llena (así llaman a la barriga en Chile), es buen momento de conocer La Sebastiana, la casa de Pablo Neruda en Valparaíso, ahora convertida en museo. Muebles raros, muy raros y objetos ídem: mascarones de proa, por ejemplo, o una escalera que no va a ninguna parte. Desde lo alto de esta casa, Neruda controlaba la vista de esta ciudad portuaria, del mar, y escribía algunas rimas. Reina del Agua, Central de Olas y Barcos, Puerto Loco y otros nombres que le dio a esta ciudad. También dijo de Valparaíso que era el anfiteatro del mundo, o un racimo de casas locas.
La noche cae, y la de Valparaíso es conocida en todo el continente. La ciudad bohemia por antonomasia. Cuna de poetas y revolucionarios. Hogar de músicos y artesanos. Por las empinadas cuestas proliferan bares, bares oscuros, bares luminosos. Hay de todo, para todos. Mucha cerveza y mucho pisco con Coca-Cola. Cumbia, reggae, electrónica. Plazas con guitarras, escaleras que reúnen a jóvenes que cantan a Violeta Para a Víctor Jara hasta el amanecer.
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