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La comunidad autónoma de Galicia es uno de los destinos más increíbles de España para hacer una escapada de fin de semana o una excursión de unas horas durante estos meses de otoño. La región al noroeste de la Península Ibérica no solo tiene enclaves maravillosos a orillas del mar como la Costa da Morte, sino que en el interior también se pueden conocer lugares ideales para los amantes de la naturaleza, y muchos de ellos están rodeados de misticismo.
Uno de esos lugares mágicos que encontramos en el interior de Galicia es A Cántara da Moura, un enclave extraordinario en la provincia de Ourense que está a apenas unos kilómetros de la frontera con Castilla y León. Este impresionante lugar está repleto de cascadas, cuevas y leyendas que puedes conocer a través de una fantástica ruta que se disfruta mucho más con los colores otoñales que tiñen la frondosa vegetación que rodea todo el entorno.
A Cántara da Moura: magia en el corazón de Galicia
A menos de dos kilómetros de la localidad de A Vega, cruzando la parte sur del Embalse de Prada, nos topamos con esta espectacular cueva bañada por el río Corzos. Desde el aparcamiento de dicho pantano solo hay que seguir una senda de menos de 900 metros en la que te adentrarás en un bosque encantado repleto de pasarelas de madera y puentes rodeados de árboles, que dan a la ruta un aire misterioso.
Entre las aguas del río y las pequeñas cascadas que te encontrarás a lo largo del recorrido podrás hacerte una idea de lo que te espera al final del mismo, y es que la Cántara da Moura no es un lugar cualquiera. Esta mística cueva (una de las muchas que hay en la zona) tiene intrínseca una leyenda que envuelve todo el entorno de un aura fascinante: se dice que en ella habitaba una criatura de la mitología gallega, tal y como han explicado Sergio y Daya a través de su cuenta de TikTok @Galidrone.
La leyenda de A Cántara da Moura
Cuenta la leyenda que en dicha cueva habitaba una moura, una especie de hada de la mitología gallega que salía sentarse fuera de su refugio cuando salía el sol, a la espera de que jóvenes ganaderos pasaran por orillas del río Corzos. Una vez los avistaba, dejaba caer su peine con el que se acicalaba su largo y hermoso cabello; si el pastor lo recogía, le recompensaba con oro, pero si no lo hacía, lo convertía en piedra al más puro estilo de Medusa.
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