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Bienvenidos a Sri Lanka, uno de los lugares más genuinos, exageradamente bellos y hospitalarios del planeta. Cuna de culturas ancestrales, la antigua Ceilán es uno de los pocos lugares del globo donde el tiempo ha pedido una tregua y los minutos pierden su prisa. Sus exuberantes y heterogéneos paisajes roban irremediablemente el alma del viajero que aterriza en esta ínsula, a la que Marco Polo catalogó como “la isla más bonita del mundo”.
El estrecho de Palk perfila la frontera natural entre la costa sur del subcontinente indio y la isla de Ceilán. La distancia más corta entre ambos países es de apenas 55 kilómetros. Quizás el carácter multicultural de esta joya del Índico es también fruto de su estratégica ubicación y de la idiosincrasia que le confieren las aguas de cada uno de los mares que la abrazan: al sur, el océano Índico; al este, la bahía de Bengala, y al oeste, el mar de Arabia.
Tampoco es casualidad que Sri Lanka se traduzca literalmente como isla resplandeciente o isla sagrada. Su actual denominación refleja también su rica herencia histórica y su diversidad cultural y religiosa. Conocida como Ceilán hasta 1972, su conversión en república y la necesidad de reafirmar su identidad y honrar a su cultura indígena propiciaron el cambio de nomenclatura. Desde el primer instante en que el viajero roza suelo esrilanqués, entiende que acaba de llegar a un destino alejado de estereotipos turísticos o masificaciones. Este es un lugar perfecto para aventureros ávidos de descubrir parajes cuya esencia permanece imperturbable. Penetramos en el corazón de este caleidoscopio de colores, aromas y sonidos que embriagan la razón.
La hospitalidad como bandera
En la era de las protestas vecinales en contra del turismo de masas, sorprende descubrir un rincón del planeta azul donde sus habitantes reciben al viajero con los brazos abiertos y con una sonrisa que jamás se desdibuja de sus rostros. Famoso por considerarse uno de los países más hospitalarios del mundo, especialmente en las zonas rurales, al visitante enseguida le exalta la extraña sensación de sentirse como en casa, sabiéndose a miles de kilómetros de distancia. Desde la cuna, los ceilaneses son educados en el respeto absoluto hacia las personas, los animales y el entorno. Si a ello le sumamos el profundo orgullo que sienten por su tierra, comprendemos por qué, a pesar de su tumultuosa historia, la antigua Ceilán siempre ha destacado por ser un crisol de religiones y etnias. Aunque el budismo es la religión mayoritaria, coexiste con el hinduismo, el islam y el cristianismo.
Fuente inagotable de leyendas, tradiciones ancestrales y una historia esculpida por la herencia de las diferentes civilizaciones que han morado aquí, a este país asiático le sobran los motivos para atraer a un turismo que huye de los destinos convencionales. Su biodiversidad paisajística encierra una poesía única. Un ecosistema irrepetible que da refugio a parajes configurados por selvas, bosques pluviales, idílicas playas de arena, exuberantes montañas o plantaciones de té infinitas en las Tierras Altas. Sus reducidas dimensiones (445 kilómetros de largo x 225 de ancho) lo convierten en un emplazamiento perfecto para recorrerlo con detenimiento y con los sentidos a pleno rendimiento. Por otro lado, los precios son pasmosamente asequibles para el viajero europeo, con opciones que oscilan entre el lujo asiático más exquisito hasta experiencias genuinas en contacto con la naturaleza. Fruto de su herencia británica y un sistema educativo gratuito muy competente, los locales tienen un buen nivel de inglés, circunstancia que facilita la comunicación para los visitantes.
Colombo, el despegue de un gigante
Capital del país desde 1815, cuando Sri Lanka fue cedida a los británicos, Colombo es la ciudad más poblada y puerta de entrada principal para adentrarse en las entrañas de esta exótica y hermosa tierra. Desde tiempos inmemoriales, esta palpitante urbe ha sido codiciada por comerciantes de diversas civilizaciones debido a su condición de puerto natural y estratégica ubicación en plena ruta comercial entre el este y el oeste. Emplazada en la costa occidental, fue bautizada con su actual nombre por los portugueses en 1505 y tras la proclamación de la independencia del país en 1978, mantuvo su condición de capital.
En los últimos cinco años, ha experimentado un crecimiento imparable. Modernidad y tradición conviven de forma indisimulada aferrándose con fuerza al pasado, pero sin perder nunca de vista su prometedor futuro. Máximo exponente de ello es la llamativa Torre Loto (Lotus Tower), que desafía al cielo con sus 356 metros de altitud, y es el edificio más elevado de Asia meridional. Visible desde cualquier punto de esta vibrante metrópolis, su diseño se inspira en la flor de loto, símbolo de pureza, resurgimiento y esperanza en la cultura budista. Concebida como una torre de telecomunicaciones, atesora también un observatorio con vistas de 360º desde su cima, un restaurante giratorio y una zona de entretenimiento.
Visitar mercados locales como el de Pettah para tomarle el pulso a la ciudad, embriagarse de espiritualidad en templos budistas como el Gangaramaya y la mezquita Jami Ul-Alfar (construida con ladrillos rojos) o inhalar la brisa marina del Índico en su colorido y dinámico puerto son un must para descubrir la rica diversidad cultural de Colombo. Sea como sea, este es el punto de partida idóneo para iniciar un recorrido hacia el corazón de Sri Lanka. Una de las mejores maneras de hacerlo es alquilar un vehículo con chófer, ya que no es recomendable conducir de forma autónoma.
Sigiriya, el lugar más icónico de la isla
Ponemos rumbo al norte e iniciamos esta fascinante aventura en uno de los lugares más emblemáticos del país: Sigiriya y la roca del león (Lion Rock), Patrimonio de la Unesco. Se trata del rincón más visitado de Sri Lanka y forma parte del denominado triángulo cultural, junto a las ciudades sagradas de Anuradhapura, la antigua Polonnaruwa, las cuevas de Dambulla y el centro budista de peregrinación en la ciudad de Kandy.
Resulta inimaginable hallar viajeros experimentados que jamás hayan contemplado una imagen de la icónica roca de 350 metros de altitud emergiendo de la frondosa vegetación. A medida que el visitante se acerca a este enigmático yacimiento, la expectación se torna incontenible. Ascender los 1.200 desgastados y tortuosos escalones que elevan hasta lo más alto de la roca es una tarea ardua que, como todo gran esfuerzo, finaliza con una gratificante recompensa. Desde arriba se otea una sobrecogedora panorámica sobre la inmensa llanura, los hermosos jardines acuáticos y el yacimiento de Sigiriya.
Pero, ¿qué hay en lo alto de esta impresionante roca? Aunque la historia de Sigiriya se remonta a la era prehistórica, este sitio arqueológico vivió su época de máximo esplendor en tiempos del rey Kasyapa I (447-495 d. C.). No hay evidencias fiables, pero la tradición oral cuenta que, tras asesinar a cuchilladas a su padre, Kasyapa I eligió este lugar de dificilísimo acceso para construir su palacio inexpugnable y esconderse así de sus perseguidores, entre ellos, su hermano Mogallana.
Los arqueólogos todavía estudian con asombro la construcción de este fenómeno arquitectónico: resulta incomprensible para la mente humana entender cómo fue posible llevar miles de ladrillos hasta la parte superior de la roca. Una teoría apta para mentes románticas induce a pensar que, igual que sucede con las pirámides de Egipto o el Machu Picchu (Perú), existe algún componente mágico o espiritual que intensifica, si cabe, la poderosa energía que se respira en este lugar.
Polonnaruwa, el eco de un pasado glorioso
Atravesando el corazón verde de la isla, a poco más de 50 kilómetros hacia el este, yace otro sitio histórico: la ciudad sagrada de Polonnaruwa. Resguardada entre junglas y campos de arroz, para recorrerla se puede optar por la bicicleta, un tuktuk de alquiler o un taxi en el caso de contar con poco tiempo. Patrimonio de la Unesco desde 1982, fue la segunda capital de la isla después de la destrucción de Anuradhapura en el siglo X.
Visitar Polonnaruwa es un viaje en el tiempo que sumerge al viajero en los ecos de los antiguos imperios budistas, con imponentes figuras de Buda talladas en la roca, templos y estatuas monumentales. Entre sus atractivos más impactantes destacan los monumentos brahmánicos construidos por los Cholas (una etnia tamil procedente del sur de India) y las ruinas de la fabulosa ciudad-jardín creada por Parakramabahu I en el siglo XII. Conocido como “el Gran Parakramabahu”, este monarca impulsó la unificación de Ceilán, reformó gran cantidad de monasterios y templos budistas e ideó un complejo sistema de irrigación que abastecía de agua a toda la ciudad. Hoy en día el famoso Mar de Parakrama, un enorme embalse artificial, sigue cautivando a los visitantes y recuerda el ingenio de aquellos que supieron conquistar el paisaje sin destruirlo.
Minneriya o la gran reunión de elefantes
Embriagados de historia, cultura y arqueología, cambiamos de escenario y nos adentramos en el Parque Nacional de Minneriya, a tan solo 25 kilómetros de Polonnaruwa. Este lugar es ideal para embarcarse en uno de los populares safaris que permiten contemplar elefantes en su hábitat natural, además de búfalos de agua, grandes reptiles y un sinfín de aves y especies vegetales. En este cautivador paraje el viajero puede disfrutar de uno de los espectáculos más fascinantes de la fauna salvaje: el great gathering o gran reunión de elefantes, una de las concentraciones más grandes de paquidermos de Asia. Durante la temporada seca, estos majestuosos animales se congregan en las orillas del lago de Minneriya, que refleja sus siluetas mientras sorben el agua con sus trompas arqueadas. La excursión solo puede realizarse en 4x4 con un conductor local y está establecido un número máximo de visitantes diarios.
Té de ceilán, trekking y un tren escénico
La diversidad paisajística de Ceilán es sempiterna. Los campos de arroz y la jungla les pasan el testigo a los paisajes rabiosamente verdes de las Tierras Altas, con sus bucólicos y poéticos campos de té. La ruta hacia el sur del país es un festival de seductores escenarios que nos dan una pista de lo que se avecina. A medida que el viajero se acerca a estos lares, un clima más fresco invita a resguardarse del frío con algo de ropa de abrigo debido al notable cambio de altitud. Los cultivos de té dibujan un universo exuberante e intensamente verde donde las nubes acarician las tiernas hojas de estas plantaciones. Y es que cada sorbo de té de Ceilán evoca el misterio de las montañas de Sri Lanka.
Los viajeros recalan en Nuwara Eliya imbuidos por la atrayente energía del lugar. Esta villa colonial, conocida como la pequeña Inglaterra, es el lugar perfecto para visitar históricas fábricas donde se produce uno de los tés de mayor calidad del mundo. Las Tierras Altas son un lugar perfecto para practicar trekkings inolvidables a través de Horton Plains y, si se tercia, tomarse un merecido descanso en algunos de los hoteles emplazados en antiguas casas coloniales.
Uno de los grandes legados de los ingleses fue la construcción de la línea ferroviaria. Otro de los planes imprescindibles de Sri Lanka es realizar un viaje en tren escénico desde esta antigua ciudad inglesa hasta Ella. Considerado uno de los trayectos en tren más bellos del mundo, el viajero no logrará, por mucho que lo intente, salir del estado de ensoñación generado por la infinidad de valles, cascadas y montañas que se desparraman ante sus ojos. Una de las peculiaridades de este tren es que permite al visitante asomarse por las puertas abiertas de los vagones y disfrutar del penetrante aroma del paisaje y de los colores que se pierden en el horizonte.
El tren panorámico serpentea entre colinas hasta alcanzar el icónico puente de los nueve arcos. A pesar de la extrema popularidad alcanzada a través de las miles de fotografías colgadas en redes sociales, todavía conserva un encanto indiscutible. Este es uno de los pocos lugares del país donde es posible observar mayor cantidad de turistas inmortalizando el paso del legendario tren sobre esta obra maestra de la ingeniería colonial construida en piedra y madera.
Del mismo modo que la famosa magdalena de la novela de Marcel Proust (En busca del tiempo perdido), cada taza de té cingalés nos conecta con la esencia de un país que viste la amabilidad como bandera y cuyos irrepetibles paisajes, la vida salvaje y una herencia cultural tremendamente apasionante invitan a desconectar y abandonarse al placer de degustar el viaje sorbo a sorbo, segundo a segundo.
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