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Apunta esta ruta por la naturaleza de Bariloche, joya de la Patagonia argentina. De la capital y sus famosas chocolaterías a la cortesía del lago Nahuel Huapi y de sus históricos hoteles de película pasando, por supuesto, por las apabullantes panorámicas de sus miradores y sus montañas.

Hoy en día, cuando proliferan los parques naturales y la conservación del paisaje es un tema capital y de relevancia internacional, no está de más hacer memoria y recordar a pioneros en el asunto, como el naturalista Francisco Pascasio Moreno, más conocido como Perito Moreno, que impulsó ideas conservacionistas a largo plazo en lugares como Bariloche, en Argentina.

Estamos ante un tesoro natural y nacional arraigado a la memoria sentimental de todo un país que, sin duda, debe parte de su reputación al buen ojo del mítico explorador que, como certifica su correspondencia, luchó por la protección de “un área de tres leguas cuadradas en la región situada en el límite de los territorios del Neuquén y Río Negro, en el extremo oeste del fiordo principal del lago Nahuel Huapi”, un territorio conservado hoy de manera incontestable. El mismo Perito recordaba cómo se le nombró con ese apodo: “Durante mis excursiones, admiré lugares excepcionalmente hermosos y enuncié la conveniencia de que la nación conservara la propiedad de algunos para el mejor provecho de generaciones presentes y venideras... porque llegaría a ser centro de grandes actividades intelectuales y sociales, y excelente instrumento de progreso humano”.
Este omnipresente lago Nahuel Huapi (que en lengua mapuche significa Isla del Tigre) permite al viajero hacerse una primera y necesaria composición de lugar, pues articulará la mayor parte de actividades a realizar en Bariloche y realza constantemente las virtudes de este rincón de la patagónica Argentina. La luminosa lámina de agua que extiende en el horizonte como un espejo es el mejor preámbulo para las cumbres nevadas y para un cielo con el que se acaba confundiendo. La panorámica que crea es a ratos tan de cuento que uno cree que ya la ha visto, aunque no esté seguro de si lo hizo en postales o en sueños. Aun así, tan descarado es el ser humano que, durante su estancia, incomprensiblemente, se acabará acostumbrando al privilegio de su expansiva y azul existencia para luego en casa echarlo de menos.

No obstante, antes de navegar lagos y remontar y descender montañas quizás convenga aclarar que hablar de Bariloche es hablar de un enclave casi ceremonial para Argentina. Aún hoy siguen viniendo de viaje de fin de curso (¿puede haber algo más fundacional que eso?) infinidad de alumnos que se relamen con las industriales cantidades de chocolate que expenden las tiendas de la avenida Mitre de San Carlos de Bariloche, concebidas como grandes almacenes. Rapa Nui, Mamuschka, Delturista... Pisos y pisos con chocolate y hasta una pista de patinaje dentro de una de ellas. La capital suma 200.000 habitantes y es la más poblada de los Andes patagónicos. Toda ella se extiende prolongándose al borde del lago y en su carretera esconde playas como Bahía Serena, la Brava o la Angostura y muestra edificios de estilo alpino cuya madera barnizada nos recuerda por momentos a los Alpes y nos habla de la presencia de una nutrida colonia suiza desde principios del siglo XX. La retama amarilla y refulgente que da brillo a los lindes del camino es ya otra seña de identidad.

Las vistas desde cerro Campanario
En cualquier caso, por encima del lado lucrativo hablaremos de un patrimonio natural que está igualmente vinculado a la identidad popular, puesto que en Bariloche se esquía en invierno y se exprime igualmente en bici, a pie o en barco en verano. Aquí cada estación tiene su dosis de divertimento, siempre con el lago de fondo, por supuesto, como una compañía que ensancha la memoria visual de quien lo observa con la mente y con los ojos, porque es bien sabido que solo quien mira bien ve algo.
Así, para apreciar el lago que dota de personalidad a Bariloche en su justa medida, conviene subir cuanto antes a uno de los cerros más icónicos del país: cerro Campanario, ubicado a 1.050 metros de altitud y al que se accede a través de un telesilla que no puede ser más bucólica tanto de subida como de bajada. Una vez en la cumbre, atrapa la refinada arquitectura brutalista de la confitería circular, un calificativo no escrito como un adorno, sino para resaltar unas panorámicas de 360 grados que se acoplan a todos los gustos.
En días despejados de luz intensa se entiende que la claridad venga del cielo y sea un don, y uno agradece que se pose con tanta delicadeza en el verde de la vegetación y en el azul de las aguas quietas del Nahuel Huapi, el lago Perito Moreno, la laguna El Trébol, la península de San Pedro y la península de Llao Llao, además de en los cerros Catedral y Otto y de otros atractivos del Circuito Chico como son el Punto panorámico (lugar que el viajero nunca se cansará de frecuentar porque desde este balcón que se asoma al lago Moreno la fuerza del paisaje verde y azul transmite cada vez que se pase una idéntica sensación de plenitud) y el imprescindible Hotel Llao Llao, una institución en la Argentina.

La historia del Llao Llao, abierto desde 1938, daría para varios artículos y, como en cierto modo es un destino dentro del destino, resulta un tanto contradictorio, ya que parece pensado para no salir de sus dominios y eso, rodeados de tanta riqueza natural por explorar, puede generar un decalage en el afortunado que se aloje en sus cuartos. Su nombre proviene de un hongo que crece en el árbol llamado coihue.
En esta identitaria escenografía se han rodado distintas películas, una de las conocidas es La cordillera, con Ricardo Darín como actor principal. Cuenta con varios restaurantes y el buffet que ofrece a diario a la hora del té (casi más digno de ver que de probar, dado el exceso de azúcar) es el más reputado en Bariloche, por lo que, si la tentación acecha, mejor reservar.
Pero no perdamos la perspectiva, sigamos explorando. Horacio Quiroga, en el prólogo del libro Yo, el Perito Moreno, de Gerardo Bartolomé, recuerda con acierto la obsesión del explorador por la inmensidad y la belleza patagónica así como su audacia para sobrevivir navegando ríos como el Collón Curá y el Limay en una precaria barca. Tanto empeño aventurero también le jugó malas pasadas. Su mujer murió en Santiago de Chile por una fiebre tifoidea, cuyos síntomas habían empezado al cruzar junto a él la cordillera de los Andes bajo unas condiciones climáticas extremas. Esa culpa acompañó de por vida a este visionario conservacionista, cuyos restos, obviamente, descansan en la Isla Centinela, ahí en frente, bordeada de su adorado lago Nahuel Huapi.

Insiste Gerardo Bartolomé en que las tres circunstancias que marcaron el quehacer creador de Perito Moreno fueron la patria, la ciencia y la naturaleza. “Moreno conjugó esos tres intereses con su espíritu aventurero para generar valiosos aportes al país en épocas en que este aún no estaba completamente organizado ni institucionalizado. A través de la donación de tierras, consiguió impulsar la espectacular red de parques nacionales”, poniendo así en valor, a ojos de los argentinos, la importancia de la conservación de la belleza natural. Todo ello se manifiesta en el Museo de la Patagonia Francisco P. Moreno, que encontramos en el centro cívico de San Carlos de Bariloche. En el interior se conservan imágenes de la historia de la región que ayudan a valorar la riqueza cultural de la Patagonia desde hace más de 13.000 años y su evolución hasta el desarrollo turístico a partir de 1934.
Noches teñidas de milonga
Otro de los cerros imprescindibles es el llamado cerro Otto. Hay que subir de todas todas y, a ser posible, a última hora para cenar en el refugio Berghof, el que fuera hogar del pionero andinista alemán Otto Meiling. Las noches se tiñen de milonga cuando con el bandoneón y el uso propicio del lunfardo se arrancan los grupos de tango. Desde estas alturas, más allá de las ventanas, apenas se distinguen pespuntes de luz cosiendo la orilla del lago y el ennegrecido azul del cielo es terso como una ingrávida mole de silencio. En el interior, arropadas por el crepitar de la leña, las letras de Enrique Santos Discépolo, Julio Sosa y Homero Manzi transportan por segundos a San Telmo, Almagro, La Boca o Boedo y trazan una nostalgia calmada como el paisaje que se ve allá afuera o como la alegría que espera cuando aún no ha hecho acto de presencia, pero empieza a despuntar.
Aunque más impresionante resulta coronar (aunque sea en telesilla. De hecho, por su bien, mejor que sea así) cerro Catedral. Cuando uno pone un pie en lo alto del refugio Lynch, se reconcilia con el mundo y por encima de tantas cumbres nevadas no puede hacer nada más que recordar a escritores de viajes como Barry Lopez o evocar a los poetas como Mark Strand: “Yo fui un explorador polar en mi juventud y pasé incontables horas y noches congelándome en un lugar vacío y luego en otro. Con el tiempo, renuncié a mis viajes y me quedé en casa, y dentro de mí creció un súbito exceso de deseo, como si un brillante flujo de luz de los que uno ve dentro de un diamante me hubiera atravesado…”.

El temperamento viajero distingue entre quienes se quedarían todo el día en el Llao Llao y los que solo pasan por el hotel para dormir. Para apreciar en su totalidad Bariloche se requiere de estos últimos, espíritus nómadas con curiosidad por explorar el Brazo Tristeza en los barcos que salen de Puerto Bahía López como el Kaiken y navegar por uno de los fiordos de origen glaciario entre cascadas y cumbres de glaciares, como la del cerro Tronador, el más alto del parque nacional. Al final del brazo, tras atravesar un bosque de coihues, alerces y arrayanes, aguarda la cascada del Arroyo Frey, buen lugar para descansar y observar el vuelo de aves comunes como el carancho, el zorzal patagónico y esperar silbando y con merienda a que el cóndor pase.
Rito de paso por el lago Frías
El lago Frías es también una visita obligada. Entre otras cosas, es también un rito de paso porque por este mismo embarcadero pasó el Che Guevara subido en la moto (cuya réplica se exhibe con orgullo) en la que hizo el viaje fundacional que le llevó junto a un amigo de Buenos Aires a Caracas y que inmortalizó Walter Salles en la premiada película Diarios de motocicleta.
Aunque siendo sinceros, aún más insoportablemente perfecto resulta la siguiente parada de esta ruta: Puerto Blest, una fría selva en el corazón de la cordillera. Estamos a tan solo tres kilómetros de la frontera con Chile, en un puerto encajonado en una bahía de arena volcánica rodeada de cerros, histórica puerta de entrada al lago Nahuel Huapi desde el país vecino. Estas tierras fueron también donadas por Perito Moreno al estado argentino con el fin de preservarlas para las futuras generaciones. Conviene realizar el sendero Los Cántaros hasta el mirador lago Los Cántaros y entregarse a un cromático y musical repertorio de cascadas.

Isla Victoria se emplaza en el corazón del lago Nahuel Huapi y es otra demostración de espíritu cordillerano, palpable en sus senderos Playa del Toro, Antiguo Vivero o cerro Bella Vista y en el parque nacional Los Arrayanes, en la península de Quetrihué, porque aquí se revela un insólito bosque color canela, que ese es el inconfundible tono de los troncos de estos árboles (Luma apiculata).
Antes de plantearnos el regreso, al final de cualquier ruta, se recomienda vivamente hacer un alto en la fábrica de la cerveza artesanal Patagonia. Aunque falte una doble IPA no está de más entregarse a su carta y a su terraza. Es el place to be de moda. Desde aquí la verdad es que se agradece que no existiera en tiempos de Perito Moreno porque no sabemos si estaría todo lo que vemos tan bien conservado. La confianza de las vistas se acopla a la que brinda la cerveza y los elogios suben de intensidad. Ahora, en pleno verano austral, la claridad no se cansa de encender los colores básicos: azul, verde, blanco... sin que se eche en falta ninguno más del Pantone. Sopla una brisa sin edad que no es dueña de ningún recuerdo, pero que, durante el tiempo que agasaja, hace que uno se sienta agradecido con todo lo acontecido en la mañana y lo que acontece en la tarde.
De vuelta a San Carlos de Bariloche, donde suele estar el centro de operaciones de la mayoría de visitantes, se recomienda igualmente pasar por el hotel Tunquelén, aunque solo sea para recordar a Alex Brendemühl interpretando a un criminal de guerra en la película Wakolda (El médico alemán), de Lucía Puenzo, filmada en parte aquí. Y algo más allá también se puede valorar la opción de visitar el hotel Villa Beluno, cuya puesta en escena de la hora del té intenta competir con el Llao Llao.
No obstante, si lo que uno quiere es degustar carne argentina de altos vuelos, hará bien en personarse en El Patacón. Solo hay una manera de salir de ahí y es saciado y con los lóbulos de las rojas ardiendo. La alternativa popular más impactante es el clásico La Fonda del Tío, donde desde hace muchos años se ofrece la milanesa más desproporcionada que un ser humano haya visto en este mundo. Un empacho de tradición y buen hacer, y una demostración de que la gastronomía eleva su razón de ser cuando conecta con todos los bolsillos.
También tiene San Carlos de Bariloche la heladería con el nombre más ideal: Jauja, refugio de los buscadores de dulce, razón de los perseguidores de caprichos con forma de helados naturales de mate cocido con leche y tres de azúcar, de calafate (un fruto silvestre que más allá de la frontera, en Chile, da lugar al delicioso pisco calafate sour) o de dulce de leche con dulce de leche (y no es broma).

Diarios de motocicleta
En 1951 Ernesto Guevara era un joven estudiante de Medicina de 23 años que, junto a su amigo Alberto Granado, bioquímico de 29 años, emprendieron la aventura de viajar de Argentina a Venezuela en moto atravesando todo el continente sudamericano. Para llevar a cabo semejante afrenta, escogieron una estupenda compañera de viaje: La Poderosa II, una Norton 500 de 1939. Ambos deseaban conocer la realidad verdadera de América Latina y la recorrieron pueblo a pueblo a lomos de una motocicleta idéntica a esta. Tras los polvorientos caminos de la Patagonia atravesaron el lago Frías por aquí para poder entrar en Chile superando los Andes nevados. La réplica de aquella moto es lo más fotografiado de esta parada en el embarcadero del lago Frías. El resto es historia.
Guía de Bariloche: cómo llegar, dónde dormir y dónde comer
En su novela Bariloche, Andrés Neuman nos presentaba a Demetrio Rota, recogedor de basuras en Buenos Aires que recordaba la luminosa patagonia de su adolescencia, incluida su capital, San Carlos de Bariloche, siempre envuelta de una refulgente naturaleza, donde descubrió, entre otras cosas, el amor. Bariloche era el sueño, el puerto donde deseaba volver el personaje de Neuman. Después de visitar este privilegiado rincón de la Patagonia argentina, cualquiera se identifica con ellos y cualquiera volvería encantado para generar más recuerdos azules.
San Carlos de Bariloche limita con el lago glacial Nahuel Huapi, rodeado de montañas de los Andes. Es también conocida por su arquitectura de estilo alpino (que recuerda a Suiza) y su chocolate. Es un destino muy reputado para los devotos del excursionismo y del esquí y en sus los alrededores del Distrito de los Lagos.

La mejor manera de llegar a Bariloche es vía Buenos Aires. Desde Barcelona lo ideal es volar con LEVEL, flylevel.com, pues vuela directo a Buenos a partir de 384 euros durante todo el año. Level es la aerolínea de largo recorrido de Barcelona, construida sobre la creencia de que el mundo es un lugar mejor cuando salimos y lo experimentamos. Su propuesta es diferencial por la personalización de la experiencia a bordo. Desde Buenos Aires Aerolíneas Argentinas vuela a Bariloche con mucha frecuencia (hasta diez vuelos diarios).
Una vez en Bariloche, conviene no perderse ninguno de sus clásicos atractivos naturales: Cerro Tronador, a 3500 metros de altura, Circuito Chico (y sus Rutas de senderismo), Parque Nahuelito, el Parque Nacional Nahuel Huapi, el Cerro Otto y el Cerro Catedral, además de Isla Victoria y Puerto Blest y su Cascada de los Cántaros.
El icónico hotel Llao Llao llaollao.com es una de sus señas de identidad y, en cierto modo, es para muchos visitantes asiduos un destino alejado de toda civilización y en estrecho contacto con la naturaleza.
En el centro de la ciudad, el Hotel Bariloche NH Edelweiss explica el porqué del triunfo de la arquitectura de estilo alpino. El refinamiento gastronómico se eleva en Quivén, donde el chef Pablo Quiven demuestra su talento y el por qué de su extensa y exitosa trayectoria en la gastronomía de la Patagonia argentina. Su “Deconstrucción de arroz con leche”, obtuvo el mejor puntaje en el torneo nacional de chefs que organizó la Federación Empresarial Hotelera Gastronómica de la República Argentina (FEHGRA) en septiembre de 2010. Sin duda, una experiencia gastronómica de altos vuelos.
Para carnívoros profesionales está El Patacón y para quienes gusten de un ambiente mochilero y popular el lugar tiene nombre y apellidos: La Fonda del tío, si usted es capaz de terminar la milanesa no sabemos si alegrarnos o compadecerlo. Se han dado casos, pocos, de quien ha conseguido la gesta, y además ha vuelto.
Capítulo aparte merecen las chocolaterías. Tanto si las busca como si no, el viajero acabará entrando en Mamuschka, en Rapanui, en Del Turista, en Benroth o en Tante Frida y, aunque en principio se niegue, acabará comprando. No hay souvenir más clásico.
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