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Sigiriya (o la Roca del León) supone el mayor emblema de Sri Lanka y una visita imperdible durante tu viaje por la isla del té.

Según el Mahavansa, un registro histórico de los diversos líderes de Sri Lanka, en el siglo V d.C., el rey Kasyapa asesinó a su padre como forma de usurpar el trono que le correspondía a su hermano Mogallana.
A fin de no correr la misma suerte que su progenitor, Mogallana huyó al sur de India, donde reclutó a un enorme ejército con intención de recuperar el trono que le correspondía. Ante tal giro de los hechos, Kasyapa pensó que la mejor estrategia sería trasladar la capital original de Anuradhapura a un bastión más alto. Un lugar como Sigiriya.

Este enorme cuello volcánico de 200 metros que sobresale sobre una selva exuberante acentuada por el canto de pavos reales se convertiría con el tiempo en el principal icono de Sri Lanka, Patrimonio de la Unesco y, a menudo, conocida como la octava maravilla del mundo.
No es para menos: a sus terrazas y antiguos fosos cabe sumar los restos del antiguo palacio en esta cima gloriosa donde, ya en su momento, se implementaron sistemas hidráulicos innovadores, jardines, un sistema de riego que aún se conserva, obras de arte en la roca y, claro, unas panorámicas de ensueño.
Ascendemos a través de las garras del león hasta la cima de Sigiriya.

Sigiriya: el lugar al que apuntan todas las brújulas de Sri Lanka
Sigiriya es una parada obligatoria durante una inmersión en el Triángulo Cultural de Sri Lanka, formado por las antiguas ciudades de Anuradhapura y Polonnaruwa. Generalmente, la mejor idea consiste en alojarse en el humilde pueblo de Havarana, ideal para explorar todos los ángulos de la ruta y visitar otros lugares como las Cuevas de Dambulla.
También aconsejo madrugar para la visita y, spoiler: acudir al atardecer a Pidurangala, una roca más bajita que Sigiriya situada a pocos metros e ideal para obtener la mejor panorámica del icono que vinimos a buscar.

Tras avanzar por el camino polvoriento entre ciénagas donde moran cocodrilos, la visita a Sigiriya nunca decepciona: una roca colosal que aguarda en el horizonte, casi tocando el cielo, y te invita a adentrarte en todos sus secretos.
Al aproximarnos a la entrada, descubrimos rocas en formas de animales, mientras los monos (cuidado) no dudarán en asomarse a por cacahuetes, crema solar o sí, incluso tu smartphone. A partir de este “parque escultórico”, puedes acercarte a los Jardines del Agua, considerados como los jardines diseñados por el hombre más antiguos del mundo.

Después de visitar el recomendable museo de Sigiriya, ubicado en la base de la roca, accederás al conjunto de murales de las Doncellas de Sigiriya, de gran valor histórico e hilo conductor de la pasarela natural que conecta con la enorme entrada en forma de garras de león. Según diversas excavaciones realizadas a finales del siglo XIX, se cree que estas garras pertenecían a una figura mucho más grande en forma de león que protegía la entrada principal del palacio.
A partir de este ascenso, alcanzamos las terrazas superiores de Sigiriya, desde la que obtenemos impresionantes vistas del área tropical. Solo entonces descubres que, en efecto, Mogallana regresó con su ejército para recuperar el trono y Kasyapa, rechazado por sus propias tropas, se lanzó desde lo alto.
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