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Alma alpina y elegancia italiana confluyen en Trento, el Tridentum en época romana y capital de la región más septentrional de Italia. Los frescos de sus fachadas resisten en esta ciudad pintada del Renacimiento, cuyos alrededores son también un lienzo de montañas, bosques, ríos, lagos y viñedos en los que nace uno de los vinos espumosos más especiales del mundo. Vivir en una burbuja quizá era esto.

En la fachada norte de la catedral de Trento, junto a la llamada Puerta del Obispo, su rosetón nos muestra una rueda de la fortuna. En su centro, la figura de la fortuna, rodeada de hojas y racimos de uvas, recuerda a todo trentino (y a todo viajero) que la vida está ligada inexorablemente al paso del tiempo y que es una sucesión de momentos de fortuna y momentos de infortunio. Alrededor de la rueda, que gira en sentido inverso al de las agujas del reloj, 12 hombres encarnan a los venturosos y a los desafortunados: los primeros, representados de pie; los segundos, boca abajo. El punto de máxima felicidad es la imagen de un hombre en lo alto de la rueda brindando con dos copas. Observándole, nos damos cuenta de que ahora mismo la suerte nos sonríe, al igual que hace con este territorio en el que las uvas y las copas tienen protagonismo más allá de esta rueda.

Uno de los jugos divinos del Trentino (con permiso de sus otros vinos) es el espumoso Trentodoc, una Denominazione di Origine Controllata establecida en 1993 que se elabora con cuatro tipos de uva (chardonnay, pinot noir, pinot blanc y meunier). Los habitantes de este especial enclave entre los Alpes y el lago de Garda se refieren a las codiciadas chispas de este sparkling wine con el seductor nombre de burbujas de montaña. Y es que la montaña marca la vida en este territorio.
Burbujas de montaña
En el camino desde Verona hasta Trento asombra la aparición casi de la nada de moles de más de 2.000 metros en cuanto uno empieza a abandonar la ciudad a la que los Capuleto y los Montesco hicieron famosa mundialmente. Estamos en la zona sur del Trentino-Alto Adigio, la región italiana que hoy cuenta con un estatuto de autonomía especial y que estuvo bajo el poder del Imperio austrohúngaro hasta el final de la Primera Guerra Mundial. La capital de toda la región es Trento, así como de su provincia homónima, ciudad que se asienta sobre un amplio valle glaciar conocido como valle del Adigio, el segundo río más largo de Italia, rodeado de montañas como la Vigolana (2.150 m), el Monte Bondone (2.181 m), la Paganella (2.124 m), la Marzola (1.747 m) y el Monte Calisio (1.096 m), paraísos para los esquiadores en invierno. Es importante este contraste entre zonas llanas y alpinas, entre el clima mediterráneo suave, el continental del fondo del valle y el alpino frío para producir las burbujas de montaña.

Nos explica Chiara, de la Cantina Pedrotti en Nomi, que la brisa del lago de Garda (Ora del Garda) sube de sur a norte por el valle y adquiere velocidad al pasar por el cuello de botella que forman las montañas. Es este viento el que mitiga las temperaturas del clima alpino, proporciona a los viñedos una ventilación constante y seca las uvas con la que se elaboran estos vinos, los primeros espumosos italianos elaborados con el método champenoise o tradicional (classico en italiano). Este consiste en someterlos a una segunda fermentación en botella (al menos 15 meses para el non-vintage, 24 para el millesimato y 36 para el reserva), tras la que se recogen los sedimentos que se han quedado en el cuello de la misma. Las botellas se colocan boca abajo y, manualmente en algunos casos y mecanizadamente ya en muchos, se van girando (es el llamado remuage) para que los residuos se acumulen en dicho cuello. Luego, se eliminan mediante el llamado degüelle.

Una de las maneras que recomendamos para conocer, físicamente, estos viñedos ubicados entre 200 y 800 metros sobre el nivel del mar y su territorio pasa por alquilar una bici eléctrica, ponerse el casco y pedalear entre los viñedos por rutas ciclistas como el Adige Cycle Path. Este carril bici corre paralelo al río Adigio entre las tradicionales pérgolas trentinas (sobre las que descansan las viñas y las plantaciones de manzanas, porque estas también son protagonistas en la zona) y unos curiosos establecimientos llamados bicigrills. Estos restaurantes con terraza a la orilla del Adigio están pensados para aparcar la bici, comer algo, descansar y continuar la ruta.

Tan vibrante como los vinos espumosos del Trentino es la ciudad de Trento, también perfecta para recorrer en bici. Famosa desde hace casi quinientos años por las reuniones (en plural) que tuvieron lugar durante el Concilio (aunque lo conozcamos en singular), son muchos los monumentos que ofrece para visitar. Si uno la recorre en el día más efervescente de la semana, el sábado, entrará en contacto con una ciudad que invita al disfrute de los sentidos tras cinco jornadas de duro trabajo. Mercados al aire libre, cafeterías en las que tomarse un capuchino con un cruasán, restaurantes en los que probar su famosa carne salada, su speck o su queso trentingrana, música en las esquinas… Y si uno visita la ciudad a finales de septiembre (este año, del 26 al 28), festivales como el Trentodoc, que ofrece charlas, recetas y multitud de actividades relacionadas con su chispeante vino en palacios, bodegas y jardines .

Para descubrir los lugares con más chispa de la ciudad, ubicada sobre un antiguo asentamiento romano, nos dirigimos a la Piazza Duomo, donde se concentran algunos de los monumentos más importantes, como la citada catedral, dedicada a San Vigilio, patrón de la ciudad, el Museo Diocesano, la Torre Civica y la fuente de Neptuno. También reinas de esta plaza son casas como las adyacentes Cazuffi y Rella, que dejan constancia de por qué a Trento se la conocía como la ciudad pintada. Decoradas con frescos del siglo XVI en sus fachadas, obra de Marcello Fogolino, sus alegorías de la fortuna, el azar, la virtud o el tiempo son el reflejo de una temática renacentista que se contrapone a la religiosa de la Edad Media. Más antiguos aún son los de la Casa Balduini, que datan del XV.

Los frescos de esta ciudad pintada, decorada con el street art del Renacimiento, continúan en la Via Rodolfo Belenzani, una de las calles con más solera de Trento, donde son muchos los edificios que conservan sus antiquísimas pinturas en las fachadas, como el Palazzo Quetta-Alberti Colico y el Geremia. Cerca de ellos, el Palazzo del Monte, uno de los palacios pintados más espectaculares del norte de Italia.
Tras las huellas del Concilio
Muchos de estos palacios, como también lo fue el Roccabruna, albergaron a importantes obispos y mandatarios que participaron en el Concilio de Trento, cuyas reuniones se celebraron en el Duomo y en la iglesia de Santa Maria Maggiore (en esta última, entre 1562 y 1563). El castillo del Buonconsiglio, la lujosa morada de esos príncipes-obispos que gobernaron la ciudad hasta el siglo XIX, también tuvo su papel en el Concilio, ya que el que ostentaba esa figura en aquella época, Cristoforo Madruzzo, acogió a altos prelados y embajadores en sus salas y organizó ceremonias y banquetes en ellas.

Cien años acaba de cumplir el museo del castillo del Buonconsiglio. Muchos más el propio castillo, el monumento histórico y artístico más importante del Trentino, que arrancó siendo una fortaleza a mediados del siglo XIII ubicada en la colina Malconsey, luego fue residencia de los príncipes-obispos hasta la época napoleónica e incluso se utilizó como cuartel. Sus tres cuerpos principales, construidos en distintas épocas, cuentan con multitud de obras maestras, desde frescos de artistas como Romanino, Dosso Dossi y Fogolino hasta estatuas, altares, pinturas, artesonados… Por citar dos, destacamos su logia gótico-veneciana, uno de los más bellos balcones a la ciudad y las montañas, y la Torre del Águila.

Quien la ve por fuera, tan sobria y austera de decoración, no imagina lo que esconde en su interior esta torre que defendía la puerta oriental de la ciudad de Trento. Conectada al castillo a través de un camino almenado a lo largo de las murallas de la ciudad (tan divertido de recorrer), a sus tres plantas se accede por una escalera de caracol de madera (ojo, hay que hacer reserva previa en la entrada con audioguía).
En la sala central del segundo piso, el famoso Ciclo dei Mesi, una obra maestra del gótico internacional realizada alrededor del año 1400, durante el gobierno del príncipe-obispo Giorgio di Liechtenstein. Once frescos representan once meses del año (un incendio pudo acabar con el mes de marzo) en una muestra única de cómo era la vida feudal al final de la Edad Media.
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