
Si eres amante de las plantas, probablemente sueñes con tener un jardín lleno de flores. Petunias, geranios, hortensias o rosas serán algunas de tus primeras apuestas. Sin embargo, existe una especie que puede superar a todas ellas en resistencia y duración de floración: la lantana, que además, cambia de color con el tiempo y es prácticamente indestructible.
Esta es, probablemente, la razón de que la lantana, originaria de América y África, se haya expandido por todo el mundo: tolera el sol intenso, la sequía y los suelos pobres, lo que la hace ideal para jardines sostenibles o para quienes no tienen demasiado tiempo para el riego y el cuidado constante. Además, sus flores son un espectáculo en sí mismas: empiezan con un color y, a medida que maduran, van cambiando de tono.

Otra de las características que la convierten en una apuesta segura para muchos hogares es su funcionalidad: sus flores ricas en néctar atraen a mariposas, abejas y colibríes, convirtiendo cualquier terraza o jardín en un pequeño ecosistema. Además, plantada en el suelo, también ayuda a controlar la erosión, ya que sus raíces fijan el terreno en zonas inclinadas o áridas.
También es una planta protectora natural. Su aroma fuerte y sus hojas ásperas no son del agrado de muchas plagas comunes, como pulgones o orugas, por lo que actúa como barrera natural en macizos de flores y huertos urbanos. Incluso se ha estudiado su uso como repelente de mosquitos gracias a ciertos compuestos presentes en sus hojas.
La cara negativa de la lantana
Sin embargo, no todo puede ser perfecto. La lantana también puede convertirse en una planta invasora en entornos donde crece sin control, desplazando a especies autóctonas. Además, sus hojas y frutos verdes son tóxicos para humanos y animales domésticos, por lo que conviene mantenerla fuera del alcance de niños pequeños o mascotas.
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