En el entorno de la mina de Las Médulas, en León, la explotación aurífera a cielo abierto más importante de la Antigua Roma, se produjo en noviembre el último gran hallazgo de este importante periodo de la historia
Hace solo dos meses, tres historiadores descubrían una gran mina de oro subterránea de origen romano en el paraje conocido como Las Ferreiruscas, cerca de Puente Domingo Flórez, en la comarca leonesa del Bierzo. «Esta había pasado desapercibida hasta ahora porque se encuentra bastante oculta por la vegetación», explicaba a EFE Jorge Arias, uno de los tres investigadores del Instituto de Estudios Cabreireses responsables del hallazgo tras varios años de búsqueda infructuosa.
El descubrimiento fue posible gracias a la información facilitada por un vecino, quien les comentó que por esa zona había visto una serie de oquedades, lo que constituía un indicio de actividad minera pasada. Se trata de una concentración de conglomerados con una gran sala de más de treinta metros cuadrados desde la que parten tres galerías hacia la derecha. Pero lo que nos importa de cara a este reportaje es que se encuentra a escasa distancia de la mina de oro más emblemática de la Antigua Roma: Las Médulas.
Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1997, se descubrió en las inmediaciones de la localidad homónima en el siglo III a. C. A ella debió el Imperio Romano una gran parte de la riqueza que acumuló a lo largo de su historia. Su importancia fue tal que el entorno fue declarado Bien de Interés Cultural en 1996, en atención a su interés arqueológico; un año después, el conjunto fue declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad y, desde 2002, es Monumento Natural.
«Esta mina viene a certificar de nuevo lo que vivió el Imperio Romano en el noroeste de la Península Ibérica fue una verdadera 'fiebre del oro' que condicionó la estrategia sociopolítica de la Roma de entonces», aseguró Arias en noviembre, junto a los dos compañeros arqueólogos protagonistas del descubrimiento: Balbino Núñez y Miguel Merayo. El responsable de ello fue el emperador Augusto, gracias a su idea de regular el sistema monetario latino con un patrón basado en dos monedas: el aureus, de oro, y el denarius, de plata.
El Imperio, en el Bierzo
Esta decisión cambió para siempre la vida en el Bierzo y provocó que todas las miradas del Imperio Romano se posaran en el mencionado yacimiento de Las Médulas, desde que una serie de exploradores romanos dieron con esta gran concentración de oro en el siglo III a. C. Hablamos del mismo siglo en el que se produjo la famosa Batalla de Gaugamela en la que Alejandro Magno derrotó a Darío III y puso fin al poderoso Imperio Persa. Era la hora de las grandes conquistas del Imperio Romano y esta pequeña zona del Bierzo era la única zona de la Península Ibérica sin romanizar.
En sus escaramuzas con los pueblos autóctonos que habitaban la región, sobre todo los astures, los legionarios romanos se percataron de que sus víctimas llevaban multitud de collares, pendientes y todo tipo de objetos de oro. Este dato levantó las sospechas de los senadores romanos que, una vez conquistadas las montañas del Bierzo, se convencieron de la necesidad de extraer todos los tesoros que guardaban sus entrañas. Fue entonces cuando comenzó la explotación a pequeña escala.
Durante dos siglos, los romanos no abusaron de su codicia y se contentaron con extraer una pequeña cantidad. Sin embargo, en el siglo I a. C., todo cambió y comenzó la explotación intensiva de la mina, hasta convertirla en la mayor mina a cielo abierto de todo el Imperio Romano. De hecho, los desmontes mineros generados alcanzaron una vasta extensión de tres kilómetros y una profundidad superior a los 100 metros, en la que trabajaron más de 15.000 hispanos, dejándose allí la sangre, el sudor y las lágrimas para enriquecer a la nobleza de Roma hasta límites insospechados y proveer del flujo del metal necesario para fabricar millones de monedas con la efigie del Augusto que viajarían por todo el mundo.
«Ruina montium»
Sus primeros explotadores extrajeron el metal mediante el bateo o criba de los sedimentos que descendían de las cumbres por el cauce de los ríos. Tras muchos años se dieron cuenta de que el método era lento y poco productivo, lo que provocó que los técnicos romanos se replanteasen la forma de trabajar la mina. Fue entonces cuando en Las Médulas se desarrolló una de las obras de ingeniería más impresionantes de la Antigua Roma, conocida como «ruina montium».
Este nuevo método de extraer oro consistía en captar agua de las zonas más altas de las montañas mediante canales construidos desde una altitud de 2000 metros y que podían tener cien kilómetros de distancia. Uno de los mejores ejemplos fue lo que se erigió en la falda del monte Teleno, por el que descendía el agua hasta almacenarse en depósitos excavados en tierra. Allí permanecía hasta su posterior utilización. Se trataba de un sistema hidráulico sorprendente por la ingente cantidad de agua que conseguía, su longitud y la compleja ramificación de los canales construidos.
Las Médulas se convirtió en un rincón tan importante para el Imperio, que la Legio VII Gemina, encargada de la seguridad en la zona, dejó de ser un ejército de ocupación para convertirse en una tropa permanente que se encargaba casi exclusivamente de la explotación de la mina. Una prueba de ello es que la referencia escrita más antigua que se conoce de esta mina es de nada menos que Plinio el Viejo, considerado uno de los primeros historiadores de la Antigüedad.
Plinio el Viejo
Tras combatir en la conquista de Germania, el historiador desempeñó el cargo de Procurator en Hispania entre el 70 y 72 d. C., un tiempo en el que tuvo que desplazarse a la región del Bierzo y enviar un informe a Roma sobre la eficiencia de Las Médulas. El cronista quedó perplejo cuando contempló la inmensidad del yacimiento:
«Lo que sucede en Las Médulas supera el trabajo de los gigantes. Las montañas son agujereadas a lo largo de una gran extensión mediante pasillos y galerías hechos a la luz de las lámparas, cuya duración sirve para medir los turnos de faena. Durante meses, los mineros no pueden ver el sol y muchos de ellos mueren dentro de los pasadizos. Las grietas que se esculpen en las entrañas de la piedra son tan peligrosas que resulta más fácil buscar púrpura o perlas en el fondo del mar que abrir cicatrices en la roca. ¡Tan peligrosa hemos hecho a la tierra!».
Plinio destacaba también en sus escritos la dureza del trabajo en la roca para realizar las galerías «por culpa de una tierra mezclada con arcilla y guijarro casi inexpugnable, que se resiste a los pesados mazos de plomo, las cuñas de hierro y a la avidez de oro de los hombres». Cuando se terminaban los pasadizos, el agua entraba a toda velocidad en los agujeros realizados en la roca, invadiendo las entrañas de la montaña y rompiendo sus cimientos debido a la presión.
900 toneladas
El historiador se estremecía al ver la mole haciéndose añicos: «La montaña se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente humana. Los mineros victoriosos contemplan cómo el cincel romano modela la naturaleza y le otorga formas imposibles. Pero los ingenieros aún no saben si han conseguido el oro, ni intuyen si existe en esa parte de la cumbre». Para luego percatarse de que el torrente de agua que se introducía en los pasillos excavados arrastraba el oro por un cauce donde era cribado por medio del bateo. «El metal que se obtiene no necesita de su fundición, sino que es oro puro al instante», añadía.
Todo lo que se extraía de la excavación viajaba a Roma, donde se acuñaba el metal y se grababa la cara de Augusto; y de ahí, a todo el Imperio. Misteriosamente, Las Médulas dejó de explotarse cuando más oro se extraía de ella. Se abandonó sin explicación alguna en el siglo III d. C. para dar paso a un medio de flora y fauna autóctono, donde hoy predominan robles, encinas, escobas, carrascas y carqueixas, así como jabalíes, corzos y gatos monteses.
Se estimó que al final de su vida, se extrajeron 900 toneladas de oro de esta mina.