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México ya intentó en 1991 y en 2011 que retornara la pieza de forma temporal, pero, como ahora, los obstáculos técnicos impiden plantear siquiera una operación de esa naturaleza
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, y su esposa Beatriz Gutiérrez Müller, escritora e historiadora, juegan desde hace años a las «misiones imposibles» o, lo que es lo mismo, a agitar a su electorado con reclamaciones anacrónicas que se suelen quedar varadas en las páginas de la prensa. Si hace un año el mexicano de orígenes cántabros reclamó a España que pidiera perdón por la conquista de América, su nueva ocurrencia populista ha sido pedir a su esposa la misión «casi imposible» de traer de vuelta al país el penacho de Moctezuma y otros tesoros precolombinos que se encuentran en museos europeos.
México ya intentó en 1991 y en 2011 que retornara la pieza de forma temporal, pero,
como ahora, los obstáculos técnicos impiden plantear siquiera una operación de esa naturaleza. Los responsables del Museo del Mundo de Viena (antes conocido Museo Etnográfico) donde esta el penacho han descartado el regreso de la pieza a corto plazo, pues la fragilidad de la pieza podría provocar su destrucción y requeriría un avión de enorme tamaño para reducir las vibraciones del traslado.
La reclamación, en cualquier caso, plantea la duda de cómo esta pieza y otras similares acabaron no ya tan lejos del continente americano, sino del país de origen de los conquistadores que trasladaron los objetos, en muchos casos a modo de regalo, al otro lado del Atlántico.
El tocado Habsburgo
El tocado de Moctezuma es un conjunto de plumas de quetzal, oro, plata y cobre que perteneció al dirigente mexica que vivió el ocaso de su imperio. Si bien cierta tradición ha presentado al dirigente azteca como alguien débil, que claudicó muy rápido ante el encantador de serpientes que era Hernán Cortés, lo cierto es que Moctezuma II fue considerado un gran monarca debido a su reforma de la administración central y del sistema tributario. El cronista Fray Francisco de Aguilar lo describe como «astuto, sagaz y prudente, sabio, experto, áspero en el hablar, muy determinado». Fue, simplemente, alguien superado por los acontecimientos de su tiempo.
Cercado en su propio palacio por los españoles en el verano de 1520, Moctezuma se declaró vasallo del Emperador Carlos y buscó evitar un derramamiento de sangre en Tenochtitlán. Ante los ánimos caldeados que se extendieron por la ciudad tras la salida de Cortés, Díaz del Castillo relata que Moctezuma subió a uno de los muros del palacio para hablar con su gente y tranquilizarlos; sin embargo, la multitud enardecida comenzó a arrojar piedras, una de las cuales hirió al líder azteca de gravedad durante su discurso. El Emperador falleció tres días después a causa de la herida.
Para celebrar el primer encuentro con los españoles, el Emperador azteca decidió regalar varios objetos a Cortés. Al poco de haber acampado donde fundó la villa de la Vera Cruz, el capitán extremeño recibió la visita de una comitiva mexica que le entregó ricos regalos de joyas oro, un total de 158 piezas, las cuales incluían una réplica del sol en oro, la luna y supuestamente el penacho del emperador que hoy se conserva en Viena.
En la Primera carta de relación que el extremeño envió al Rey de España, aparece mencionado «una pieza grande de plumajes de colores que se ponen en la cabeza, en que hay a la redonda de ella sesenta y ocho piezas pequeñas de oro, que será cada una como medio cuarto, y debajo de ellas veinte torrecitas de oro» y, al respecto de otro objeto similar, «una pieza de plumajes de colores que los señores de esta tierra se suelen poner en las cabezas, y hecho a manera de cimera de justador, y de ella cuelgan dos orejas de pedrería, con dos cascabeles y dos cuentas de oro, y encima un plumaje de plumas verdes ancho, y debajo cuelgan unos cabellos blancos». Ambas piezas cruzaron el océano…
Otra posibilidad es que el penacho lo recibiera en Tenochtitlán Cortés, que a su vez entregó un collar de «piedras de vidrio» al monarca mexica como presente. Al respecto de la impresión que causó a los españoles este tipo de adornos, narra el cronista Bernal Díaz del Castillo:
«Ya que llegábamos cerca de México, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle de brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo a maravilla y el color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuis, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello. Y el gran Montezuma venía muy ricamente ataviado, según su usanza, y traía calzados unos como cotaras, que así se dice lo que se calzan; las suelas de oro y muy preciada pedrería por encima en ellas; y los cuatro señores que le traían de brazo venían con rica manera de vestidos a su usanza, que parece ser se los tenían aparejados en el camino para entrar con su señor, que no traían los vestidos con los que nos fueron a recibir, y venían, sin aquellos cuatro señores, otros cuatro grandes caciques que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma, barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra».
Ya lo recibiera Cortés en Vera Cruz o en la capital, resulta cuestionable que el llamado actualmente penacho de Moctezuma le perteneciera directamente al dirigente. No está comprobado por ninguna vía documental o visual que la pieza del museo vienés fuera utilizado alguna vez por el líder azteca, y, de hecho, este tipo de objeto era empleado por sacerdotes en ceremonias en lugar de por emperadores, quienes solían usar diademas de oro con una pieza triangular al frente.
Sea como fuere, Cortés hizo llegar este penacho y otros adornos en los envíos que efectuó a España para convencer a Carlos V de la legitimidad de su aventura. De manos del Monarca habría pasado a las de su hermando Fernando, Archiduque de Austria y a la postre Emperador del Sacro Imperio Germánico, en circunstancias nada claras. A finales del siglo XVI la pieza fue localizada como parte de su colección privada del Castillo de Ambras y más tarde fue trasladada a Viena.
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