Karen Paola Díaz Talavera
Luego de la muerte de mi esposa decidí hacer un voto de silencio. Cerré mi boca e intenté hablar lo menos posible. Fue una especie de duelo permanente.
Pasé así varios años. Enfocado en que pronto me reencontraría con mi fallecida mujer. Iba y venía de mi rutinario trabajo, disfrutaba la soledad y la tranquilidad. Cada quien pierde sus años de vida como quiere. Estar en ese apartamento, recluido y alejado de los demás, me era suficiente. Mi esposa había muerto allí, decidí quedarme por eso.
Pero mi tranquilidad cambio la noche del 23 de diciembre. Había estado viviendo en ese antiguo edificio colonial desde hacía mucho tiempo, sin embargo no conocía a nadie. Fue a eso de las nueve de la noche que escuché unos golpes que me quitaron la paz de esa noche inviernal. En mi puerta estaba una joven mujer, muy atractiva. Dejé transcurrir los golpes, mi intención era que aquella invasora se cansara y se fuera. Era lo que había hecho antes. La gente golpeaba y se iba al ver que nadie respondía. Pero ella se quedó. Hacía pausas pero luego volvía a aporrear mi puerta. Fastidiado, dejé mi taza de café espeso sobre la mesa y abrí mostrando el ceño más firme que había puesto en mucho tiempo.
Apenas abrí la puerta vi a esta joven invadir mi sala. No dijo nada y pasó directo a esconderse detrás de la pared. Llevaba un vestido muy antiguo.
Tres tipos aparecieron casi detrás de ella.
-Deja que salga- dijo uno de ellos.
Le cuestioné a quién se refería.
-La mujer que tiene usted dentro de su casa -.
¡Aquí no vive nadie más!- les dije. Y cerré la puerta con violencia.
Aquellos hombres estaban vestidos con gabardinas y trajes de otra época. Justamente de la época de mi juventud.
Observé que la joven mujer seguía allí, detrás de la pared, temblando. Tenía ambas manos entre sus piernas, parecía estar a punto de desmayarse. Y cuando los pasos de los hombres se fueron apagando. Ella cayó al piso.
Por un momento pensé en ponerla fuera. Pero no sé por qué, decidí acostarla en la alfombra de mi sala. Sentí temor por ella. Aquellos tipos afuera de mi cuarto se veían amenazantes y decididos a llevarla con ellos. A eso de las 11 la mujer intentó despertar. Pero a duras penas pronunció varias palabras y luego volvió a dormitar.
"Vivo al lado. Perdón"
Fue lo único que dijo antes de caer nuevamente sobre la alfombra. Estaba sorprendido e incómodo. Decidí acostarla sobre la cama. Y salí. A esa hora de la madrugada empecé a golpear la puerta de al lado. Habitación 306. A pesar de los golpes nadie respondió. Pensé que a esa hora aquellas personas estaban dormidos. Yo era un solitario que solía trasnochar observando las estrellas a la orilla de mi ventana. Desde el día que murió mi esposa el sueño se me había ido.
Enojado decidí regresar a mi cuarto, cruzando aquel oscuro pasillo, rodeado de pequeños cuartos antiguos y baratos. Mis pasos trémulos se frenaron de golpe cuando observé que los hombres estaban ahí otra vez. Vestían sus gabardinas oscuras y sombreros. Atravesaron la puerta como si fueran meras almas en pena. Mi corazón se agitó de temor. Me detuve en seco y guarde silencio. Temí por mi vida. Pensé que estaba viendo aquello porque había muerto. Pero no. Las luces y el frío del invierno se sentían reales. Pero aquellos hombres habían perforado mi puerta, como era eso posible. Los había visto claramente.
Me llené de valor y me atreví a acercarme a mi puerta. Cuando entré descurbrí que la casa estaba completamente a oscuras. Di varios gritos de advertencia. Pero desde las sombras nadie respondió.
Silencio nada más.
Me dispuse a penetrar en el misterio y al llegar a la cama, no encontré a nadie. Aquella mujer joven se había ido.
Me quedé despierto el resto de la noche. Pasadas las tres de la madrugada observé que esa mujer volvía al edificio. Tenía un aspecto afligido, estaba asustada y me descubrió observándola. Avanzó hacia la entrada del edificio. Me apresuré a asegurar la puerta.
Sin embargo cuando pretendí regresar a la seguridad de mi cuarto, escuché los golpes. Era ella. Estaba seguro. Asomé mi ojo por la mirilla, y efectivamente, estaba ahí nuevamente.
-Vete por favor, no quiero problemas- dije. Y mientras volvía enojado a mi habitación, escuché en mi oído su voz, como si esta fuera prendida a mis oídos.
"Sólo esta noche por favor, déjame estar está noche en tu cuarto y no volveré más"
La mujer me había hablado tan cerca sin siquiera estar dentro conmigo. Me quedé ahí de pie, en silencio, escuchando como los golpes estaban cada vez más altos. La mujer lloraba. Pude ver como había caído al pie de la puerta y seguía golpeándola. Conmovido por lo que estaba pasando, abrí. Nuevamente entró. Se quedó de pie a mi lado y cerró la puerta, asegurándose de que todos los picaportes estuviesen puestos. Pronto los tres tipos volvieron, lo supe porque sus sombras se dibujaron debajo de la puerta. ¡Váyanse! les grité. Los hombres abandonaron el lugar.
Yo me senté en el sofá, mientras la mujer venía detrás mío. Se sentó frente a mí.
Me dijo que lo sentía. Pero que iba a recompensarme muy bien por ayudarla.
Le dije que había ido a la habitación de al lado y por más que había golpeado no salió nadie. La mujer me respondió que quizá estaban dormidos.
Luego de un momento de silencio. La mujer me dijo que vivía allí con su esposo y sus dos hijos. Que había rentado ese cuarto a un precio muy barato.
<Quizá mi marido no sea un hombre honrado. Es lo que se dice por aquí, pero es inocente, se lo aseguro. Yo salí de mi casa honradamente, todo gracias a su caballerosidad. Sólo quiero estar aquí...mañana no volveré a molestarlo>
La vi levantarse e irse a mi habitación. Yo me quedé ahí sentando. No supe en qué momento me dormí, pero cuando abrí los ojos había aclarado por completo.

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