Noches Inquietantes
Mi abuela me contaba, con voz temblorosa y una mirada que revelaba más miedo del que quisiera admitir, una historia que solía helar la sangre de quienes la escuchaban. Esta historia ocurrió en una pequeña ranchería cerca de San Luis, un lugar donde las tradiciones y supersticiones aún tenían un fuerte arraigo en la vida cotidiana de sus habitantes.
En ese lugar vivían Arturo y Carmen, una pareja conocida por su insaciable afición al chisme. No había secreto en la ranchería que no llegara a sus oídos, ni murmullo que no fuera amplificado por sus bocas. Gozaban del placer de saberlo todo y de controlar, en cierta forma, a los demás con la información que poseían.
Un día, un forastero llegó a la ranchería. Vestía de negro y llevaba un sombrero que ocultaba parcialmente su rostro. Se estableció en una cabaña al final del camino y, en poco tiempo, se convirtió en el blanco de las especulaciones de la pareja chismosa. Pero, por más que intentaban, Arturo y Carmen no podían descubrir nada sobre él.
Una noche, impulsados por la curiosidad, decidieron espiar al forastero. Lo que vieron en la cabaña los dejó paralizados: el forastero, con un ritual en marcha, invocaba fuerzas oscuras y se comunicaba con el mismísimo Diablo.
El Diablo, con su figura imponente y ojos de fuego, le ofreció a la pareja una propuesta que no pudieron rechazar: "Os concederé el don de conocer todos los secretos, de escuchar todos los murmullos, incluso aquellos que se esconden en el corazón de las personas. Pero a cambio, cuando llegue el momento, vendré a reclamar lo que es mío."
Deslumbrados por la promesa, aceptaron. Desde ese día, Arturo y Carmen podían escuchar incluso los pensamientos más profundos y oscuros de las personas. Sin embargo, este poder se convirtió pronto en una maldición. Oían confesiones, penas, deseos oscuros y temores, hasta el punto de que no podían discernir entre la realidad y los secretos que invadían sus mentes.
Con el tiempo, la pareja se volvió reclusa, aislada del mundo exterior, atrapada en un torbellino de voces que no cesaban. Y entonces, una noche de tormenta, el Diablo regresó para cobrar su deuda. La ranchería despertó al día siguiente con la noticia de que la casa de Arturo y Carmen había sido consumida por el fuego. Pero lo más escalofriante fue el descubrimiento de dos figuras en el suelo, tomadas de la mano, con una expresión de terror eterno en sus rostros.
Desde entonces, se dice que en las noches oscuras, se pueden escuchar susurros entre las llamas de las fogatas en la ranchería, como un recordatorio de la terrible consecuencia de la curiosidad desmedida y los pactos oscuros.
Mi abuela finalizaba la historia con una advertencia: "Hay secretos que es mejor no conocer, y hay precios que son demasiado altos para pagar." Y cada vez que lo decía, un escalofrío recorría mi espina dorsal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario