lunes, 16 de diciembre de 2024

Buena vibra y mucho humo: nos colamos en una villa Rastafari de Jamaica

 CanalViajar


Perdida en un pliegue de la selva, esta comunidad permite conectar con la doctrina que supone la seña de identidad de la isla del reggae.

Nos colamos en una de las villas rastafaris de Jamaica.

Las madejas de rastas y los gorros de lana tricolor, la música cadenciosa de fondo y el humo permanente con sus reconocibles efluvios. Nada hay más indisociable de Jamaica que el rastafarismo, una doctrina que tiene su base en la conexión con las raíces africanas y que clama en favor de la bondad del hombre y del hermanamiento de la humanidad bajo una convivencia libre y pacífica.

Viajar a la isla del reggae es empaparse de lo que supone su gran seña de identidad. Por eso, nadie que visite esta tierra debería perder la oportunidad de pasar unos días en la Villa Indígena Rastafari, a media hora de Montego Bay. Una comunidad real en la que sumergirse en la cultura que, con sus propios mitos, símbolos y ceremonias, apuesta por otra manera de entender el mundo.

Esta villa se encuentra a media hora de Montego Bay, en Jamaica.

Un lenguaje propio

Que no cunda el pánico porque no se trata de un show turístico. En esta villa, perdida en un pliegue de la selva, los viajeros comparten con sus miembros las labores del día a día: el cuidado del huerto orgánico y el jardín de hierbas, la elaboración de jabones con aceite de coco o cúrcuma, la preparación de recetas criollas a base de ackee, que es el fruto nacional jamaicano y está presente en muchos de los platos. También se aprende a identificar plantas medicinales (y de otros tipos) porque, como explican los integrantes de la aldea, “nosotros nunca vamos al doctor, simplemente hallamos en la naturaleza todos nuestros remedios”.

Una forma de vida única: así se vive en una villa rastafari.

En la Villa Indígena uno descubre que los rastafaris hacen del bongó su instrumento esencial porque simboliza los latidos del corazón. O que los colores de su bandera (verde, amarillo y rojo) aluden a la vegetación, el sol y la sangre derramada. O, lo más curioso, que tienen un lenguaje propio en el que cambian las palabras para que siempre tengan connotaciones positivas.

Hierbas de todo tipo

Así, un rasta saludará siempre con greetings o respect y no con hello porque nunca pronuncian nada que comience con el vocablo hell (infierno). Un rasta jamás dirá understand sino overstand porque nada puede estar “under” (debajo) de nada. Un rasta dirá fulljoy en lugar de enjoy porque nada ha de aproximarse a la palabra end.

Las hierbas forman parte de su cultura.

Además de esta lección de vocabulario, también en la Villa Indígena se aprende el culto del rastafarismo a los elementos naturales. El uso que dan a la marihuana o “ganja” como un sacramento que les ayuda a abrir la mente. Al consumirla, pueden reflexionar sobre sus vidas y el mundo en el que viven, a través de una sustancia que está en armonía con la propia naturaleza.

Música y espiritualidad

No falta, claro, la música reggae. Especialmente la de Bob Marley, embajador universal del rastafarismo, al que puso en el mapa en los años 70 con canciones cuyas letras proclaman la misma ideología y valores. Pero en la Villa Indígena nos recuerdan que el movimiento se remonta a los años 30, cuando acabó viendo la luz en las zonas rurales de Jamaica.

Hoy todo el mundo asocia esta doctrina a su característica estética, presidida por el pelo con rastas característico de Haile Selassie I, emperador de Etiopía y considerado por los rastafaris como el mesías redentor. Pero hay mucho más en esta filosofía de los que también se llaman sufferers, locksmen, dreads o dreadlocks. En sus cantos y meditaciones, en la elección de sus alimentos vegetarianos, en la conciencia espiritual que propician sus psicotrópicos hay toda una manera de entender la vida, con énfasis en las virtudes del amor y del respeto, y con rechazo de la codicia y el materialismo. “Solo así (nos dicen en Villa Indígena) se alcanza la felicidad”.  

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