Como es bien sabido, la construcción de una tumba que contuviese todos los elementos necesarios para asegurarse una tranquila vida eterna fue, desde el inicio de la historia faraónica, un objetivo ineludible para los faraones, sus parientes y las familias nobles relacionadas con la realeza. Durante el Reino Antiguo, el tipo de tumba preferido para lograr este objetivo fue sin duda la mastaba, aunque también se construyó alguna tumba de tipo hipogeo (excavada en la roca).
Finalmente, tras el desplome del poder faraónico cuando finalizó el Reino Antiguo (2686-2125 a.C.) y dio comienzo el Primer Período Intermedio (2160-2055 a.C.), una época llena de convulsiones políticas y sociales, tanto los faraones como los altos funcionarios empezaron a priorizar la construcción de tumbas excavadas en la roca, de un tipo muy especial que entre los egiptólogos se conoce como tumbas de tipo saff (una palabra que en árabe significa "con muchas puertas").
Estas tumbas saff fueron excavadas sobre todo en las laderas de la montaña tebana, en la orilla occidental del Nilo, principalmente para convertirse en lugar de enterramiento de los monarcas tebanos de la dinastía XI (también se excavarían este tipo de sepulturas en las zonas de Dendera y el-Guebelein).
Un incomparable lugar de reposo
Su estructura se compone de una entrada principal que conduce a un gran patio delantero, abierto y delimitado por un muro de cierre edificado con piedra o adobe. Aquí se ubicaban las estelas funerarias que hacían referencia al difunto. Al final de este patio se abría la fachada de la tumba propiamente dicha, excavada en la montaña. Estaba formada por pilares cuadrangulares, a menudo decorados. Se accedía al interior por la puerta central de esta fachada.
Una vez dentro, se podía penetrar en la capilla funeraria, que es uno de los elementos principales de este tipo de sepulturas. Aquí, los sacerdotes funerarios encargados del mantenimiento de la tumba realizaban los ritos diarios y la presentación de las ofrendas necesarias para la supervivencia del alma del fallecido.
Era este un lugar al cual también podían acceder los familiares para presentar sus respetos al difunto. Desde esta estancia, un largo pasillo conducía hasta un profundo pozo en cuyo interior se encontraba la cámara funeraria que contenía el sarcófago con la momia y el ajuar del propietario de la tumba.
En ciertos casos, en los muros laterales de estas singulares tumbas saff se abrían algunas tumbas subsidiarias, también excavadas en la roca, que podían albergar a otros miembros de la familia y, en el caso de que se tratase de una tumba real, a cortesanos y altos dignatarios.
Y ya que hacemos referencia a tumbas reales es necesario destacar que las de los tres faraones llamados Intef, de la dinastía XI (2125-2055 a.C.), tenían unas dimensiones colosales. El patio abierto de todas ellas medía unos 300 metros de longitud por 75 de anchura. De manera perpendicular a los muros laterales de estos patios se excavaron las tumbas donde fueron enterrados los respectivos cortesanos, que entre las tres sepulturas sumaban nada menos que ¡250 personas!
Las inmensas fachadas de los hipogeos de los tres Intef estaban formadas por una doble fila de entre 20 y 24 pilares excavados directamente en la roca. Un corredor llevaba a la capilla, soportada por dos pilares, y desde aquí un nuevo corredor conducía, como hemos apuntado anteriormente, hasta el pozo bajo el cual se ocultaba la cámara funeraria.
Posiblemente estas tumbas dispusieron de algunas construcciones anexas, pero su actual mal estado de conservación hace muy difícil su estudio. Aunque sí se ha descubierto uno de estos edificios, el destinado a Intef II (2112-2063 a.C.). Construido en ladrillo, pudo contener una estatua de culto del faraón y, en su interior, el famoso arqueólogo francés Auguste Mariette halló en el siglo XIX una estela en la que aparece representado Intef junto a sus queridos perros de caza.
Una última curiosidad: conocemos el nombre de uno de ellos, con el que al parecer el monarca fue enterrado según sabemos gracias a un inventario de tumbas realizado por los sacerdotes tebanos de la dinastía XX (1186-1069). En él se detalla que la tumba de Intef II "con su perro Behkai a sus pies" seguía intacta…
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